El trayecto en autobús comienza, pues, de noche. Sólo los letreros luminosos y las farolas desvelan las formas. Es más bello Madrid al amanecer y se contempla mejor desde lo alto de un autobús. El conductor te lleva mientras tú vas cómodamente sentada, dejando que se derrame la nostalgia de tus pensamientos, que tu mirada se deslice por los contornos sólo esbozados.
Casi llegando a Retiro hay un pequeño jardín en donde los árboles se dibujan desnudos contra el cielo, rodeados por la belleza discreta de una valla forjada de delicado dibujo. Durante el día, entre el intenso ruido, la hiriente luz del sol, la ansiedead y la prisa, casi no se ve, pero a esta hora, en la que ya se aclara algo el negro del cielo, es una delicia contemplarla, es como un prolongado abrazo.
Un hombre ha muerto tras muchos años encerrado en una cárcel. Se le acusó de cometer un crimen, no sé cuál. En esos años ha podido luchar con denuedo, ha escrito libros, ha sido incluso nominado al premio Nobel de la paz. Quizá era un psicópata inconmensurablemente mentiroso, tal vez era inocente. Se ha rogado una y otra vez, como se ruega al asesino que no acabe con tu vida, pero el hombre poderoso, el que está al amparo de la ley, no le ha perdonado, no le ha permitido siquiera disfrutar de su pequeña parcela en una celda.